Un día tuve que ir a medir una casa, de una pareja joven, en la parte baja de la Calzada Vieja y al llegar había en la casa una hermosa perra descompuesta, era cariñosa y para nada agresiva, así que vino no más entrar a saludar y jugar, la acaricie un poco pero era muy juguetona y no me dejaba en paz, los propietarios la regañaron un par de veces, pero les pedí que no se preocuparan, que no me estorbaban los perros y no les temía.
Terminado el levantamiento de la vivienda nos sentamos en la sala a charlar y ella se echó a mis píes panza arriba buscando caricias, mientras conversábamos le hacía cosquillas. A la salida todo fue normal, ellos aguantaron la perra para que no escapara y yo me marché luego de la despedida.
Salgo a la calle rumbo al cementerio y cuando voy cruzando el Puente del ahorcado (Puente del horca’o) se me ocurre mirar atrás y traía una procesión de 10 ó 12 perros de todos los tamaños y formas detrás siguiendo el olor de la perra descompuesta, parecía yo San Lázaro, trabajo me costó dispersarlos para que no me siguieran. Desde entonces cuido no restregarme mucho con los perros en ninguna casa.
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